Por Jesús Ramos
La oposición en Puebla es muy callada, y quien que calla avala. Frente a la avalancha de adelantados de Morena que quieren ser alcaldes de Puebla capital, los opositores al régimen optaron por el más cobarde de los refugios. El mutismo.
Ni denuncian, ni incomodan, ni protestan. Nada. ¿Será miedo? Tal vez. Denunciar a los adelantados es enfrentarse no con políticos gandallas, sino con la maquinaria del poder que está detrás de él.
En este país, donde los órganos electorales parecen más notarios que árbitros, el que alza la voz termina empantanado en procesos jurídicos o fiscales. Quizá la oposición prefiere no arriesgarse, ser invisible no es peligroso, alzar la voz sí.
¿Será acuerdo? También puede ser. Para muchos opositores, el dinero que derrochan hoy los adelantados de Morena les abre la puerta a hacer lo mismo mañana, cuando la ley lo permita. O cuando la autoridad, por conveniencia, se haga taruga.
Pero lo cierto es que la oposición al callar avala. Avala que los actos anticipados de campaña no sean delitos, sino costumbre. Avala que las elecciones se jueguen años antes de que se oficialicen los tiempos legales. Avala que las precampañas sean farsas permanentes.
El mutismo opositor es renuncia a sus libertades y derechos. Renuncia a la confrontación política, al debate, a ser contrapeso real. Renuncia, en suma, a existir, porque el ciudadano no encuentra una sola réplica en la oposición.
La memoria colectiva registra al que se mueve no al que se esconde. El silencio de la oposición oculta su tragedia. Morena juega a sus anchas con balón, árbitro y cancha, mientras que la oposición ni siquiera se anima a ser rival previo al 2027. @noticiasreportero