Por Jesús Ramos
Si el PRI fuera un mito griego, habría que representarlo con el Ave Fénix, chamuscado, desplumado y oliendo a carbón, pero todavía con la esperanza de resurgir. Y entre los pocos que conocen antiguas fórmulas de resurrección para revivirle se encuentra el legendario Héctor Laug.
Debemos reconocerle que no es un improvisado ni turista de ocasión, es priista de cepa, de abolengo, de esos que se formaron en los tiempos en que el partido era una maquinaria engrasada para triunfar.
Su hoja de vida tiene marcas de guerra política, cicatrices profundas, fue operador clave con Manuel Bartlett, Melquiades Morales, cuando ganar elecciones requería sapiencia, no sólo el padrinazgo y el patrocinio de la suerte.
Héctor conoce las entrañas del PRI porque las recorrió desde abajo. Sabe de seccionales, de estructura, de tierra, de lo que es hacer política con lo pies empolvados.
En este tiempo que el tricolor se debate entre la nostalgia del pasado y las debacles del presente, podría ser él la posibilidad real para la reconstrucción, no una simple anécdota de lo que quieren hacer con el partido sin poder hacerlo.
Ha levantado la mano para dirigir a su partido. No es una osadía tardía, es, más bien, un llamado a la sensatez dentro de un partido desplomado y que lleva años buscándose a sí mismo sin encontrarse.
Laug se suma a Lorenzo Rivera, Delfina Pozos, Lucero Saldaña y Óscar Aguilar en la misma querencia de liderazgo. Y aunque podrían criticarle cosas de humanos nadie negará su amplio conocimiento de alquimia y operación terrestre.
El PRI necesita más que un dirigente un cirujano político que entienda dónde se pudrió el músculo y cómo revivirlo sin amputar lo poco que sirve. Laug le sabe al bisturí, a la costura de las heridas que las deslealtades han causado al partido.
Nadie resucita un partido con discursos. Héctor no es de retóricas es de estructuras, el último de una generación que sabía ganar. De qué le sabe al teje y maneje de las elecciones por supuesto que le sabe. @noticiasreportero
