Por Jesús Ramos
La memoria política suele ser piadosa con los muertos, sobre todo por estas fechas, pero en el caso de Luis Miguel Barbosa, ni el silencio eterno logrará tapar el ruido de sus desastres junto con aquellos que le acompañaron en su mandato.
El nombre e imagen de Barbosa volvió a circular y no por nostalgia, sino por la sanción económica e inhabilitación a su entonces secretaria de Finanzas María Teresa Castro Corro.
Metros bajo tierra está él, sin embargo, Castro Corro es el eco de un gobierno que, aunque ya enterrado, sigue apestando a desorden, autoritarismo y corrupción a gran escala disfrazada de inoperancia.
Barbosa gobernó con el puño cerrado y la mente pequeña, creyó que ser enérgico equivalía a ser eficaz, confundió con los suyos la lealtad con la sumisión. Su mandato fue un laboratorio de control, persiguió a quien le llevaba la contraria, la adulación le fascinaba.
Bajo su sombra Puebla vivió una época gris y de atraso, la obra pública se volvió anécdota, lo mismo que la transparencia. A falta de resultados sobraron pretextos y discursos populistas. Prometió bienestar y justicia, pero dejó un enorme rastro de ruinas financieras.
Lo ocurrido en Accendo no fue un accidente, sino una muestra de como el dinero público se movía a su antoja para jinetearlo. Y lo hacía con un grupo cerrado de operadores, donde el nombre más visible fue el de María Teresa, aunque existan otros de talla nacional.
Nadie ha recordado las evasiones fiscales del difunto. Recuerden la evasión al SAT por encima de los 2 mil millones, su memoria es la de una gestión inepta e irresponsable, opaca y torpe. La muerte y el tiempo lo ponen en el sitio de la estupidez.
La sanción a María Teresa Castro es un recordatorio de los excesos cometidos, pero reflejan el legado de este señor. Su figura no se defiende con discursos ni homenajes porque su propia historia le condena.
No perdona la posteridad, la familia de Barbosa lo ha corroborado ahora mismo, será recordado como el peor y más infame mandatario que haya tenido Puebla, devorado por sus propios errores.
Está muerto, sí, pero su legado atroz y miserable seguirán vivos. La justicia tarda, pero la historia nunca olvida. Y en los anales del poder poblano, el difunto, servirá de ejemplo de lo que ocurre cuando el poder se ejerce sin moral, sin resultados y sin vergüenza.
Hay muertos que descansan en paz, y otros, como Barbosa, que seguirán penando en la conciencia de la gente por muchos años, más en la conciencia de aquellos que lastimó, perjudicó, ofendió, persiguió y encarceló. @noticiasreportero





