Por Raúl Hermosillo Carmona
Me imagino que para muchos funcionarios del CISEN, Inteligencia Militar, Secretaría de Gobernación y Oficina de la Presidencia (lo que queda de ella) no hubo Super Bowl el pasado fin de semana. Seguramente estuvieron concentrados haciendo encuestas y sondeos para evaluar la viabilidad de la estrategia de “culpar al mensajero”, implementada el viernes 11 de febrero contra el periodista Loret de Mola.
Como recordarán, hace dos semanas, Latinus dio a conocer un reportaje sobre el estilo de vida millonario que lleva José Ramón López Beltrán, hijo mayor del presidente, producto de un posible conflicto de interés y tráfico de influencias en beneficio de una empresa petrolera vinculada a su esposa.
Desde entonces, en cada mañanera el presidente había estado tratando de darle la vuelta al problema de varias formas. Primero, argumentó que, si su hijo vive con lujos, es porque “al parecer, la señora (su nuera) tiene dinero”. Argumento que naufragó porque no checaba con su prédica franciscana y austera.
Luego, decidió llevar al director de Pemex para que “demostrara” que no había habido favoritismo hacia la empresa Baker Hughes. El problema fue que la gráfica que presentó el agrónomo que dirige Pemex, “demostraba” precisamente lo contrario: que durante esta administración se dispararon los contratos a favor de esa empresa (¡!).
Finalmente, trató de desviar la atención con un conflicto diplomático con el gobierno austriaco por el tema del Penacho de Moctezuma y luego con el gobierno de España, con la exigencia de que nos pidieran “perdón”.
El punto es que ninguna de esas estrategias le había dado resultado y lo único que estaba provocando era que el escándalo sobre los posibles actos de corrupción de su hijo mayor escalara aún más en la opinión pública.
Finalmente, el viernes 11, se decidió probar otra estrategia, la de “desprestigiar al mensajero”, aunque ello implicara cruzar una línea que ningún otro presidente de México se había atrevido rebasar: acusar directamente a un periodista de ser un “golpeador” y dar a conocer lo que gana, haciéndolo ver como un mercenario al servicio de la mafia del poder.
El hecho de que, en la mañanera de hoy, de nueva cuenta el presidente se fuera con todo contra Loret, puede ser indicativo de que esta estrategia de “desprestigio” les está dando resultado.
Una vez más, no le importó contribuir al clima de violencia que enfrenta el gremio periodístico, ni tampoco violar el marco legal que protege la información en posesión del Estado, de personajes públicos. Incluso dijo, refiriéndose a quienes levantaron la voz por el atropello contra Loret, que no entendía por qué se habían “alebrestado” tanto, por qué les había “incomodado” tanto el que diera a conocer cuánto gana el periodista.
“Imagínense —señaló—, cómo no dar a conocer esta información, si este señor se dedica a golpear, no solo al gobierno, no solo al presidente, sino al proyecto de transformación que estamos llevando a cabo millones de mexicanos para acabar con el principal problema de México: la corrupción”. Y remató diciendo que quienes apoyaron la protesta #TodosSomosLoret son parte de “una reacción conservadora, golpista, en contra de que se lleve a cabo un verdadero cambio en el país”.
Aun no hay encuestas públicas que nos permitan corroborar qué porcentaje de la opinión cayó en la trampa tendida por el presidente para evitar presentar pruebas que demuestren la falsedad de las acusaciones contra su hijo mayor. Tampoco queda claro si el haber “desprestigiado” al mensajero será suficiente para contener el impacto del siguiente misil que seguramente lanzará Loret.
Lo que sí, es que con este nuevo control los daños por el escándalo de la “casa gris”, este gobierno colocó otro ladrillo en la pared en la construcción de un régimen populista autoritario. Esta vez, socavando la libertad de expresión y el respeto al derecho humano a la confidencialidad de los datos personales de particulares. @DiarioReporter