Por Raúl Hermosillo Carmona
¿Sabías que, en las elecciones estatales del año pasado, 14 de los 15 contendientes de Morena a las gubernaturas, eran expriístas o experredistas? ¿Y que este año, 5 de los 6 aspirantes de Morena a los gobiernos estatales en juego, renunciaron hace poco al PRI o al PRD?
Checa, por ejemplo, a Américo Villareal, candidato de Morena en Tamaulipas. militó ¡34 años en el PRI! Renunció al tricolor en 2017. Julio Menchaca Salazar, candidato de Morena en Hidalgo, fue militante del PRI ¡35 años! Renunció al tricolor en 2015. Marina Vitela Rodríguez, candidata de Morena en Durango, fue militante del PRI hasta 2018.
Por su parte, Nora Ruvalcaba, candidata de Morena en Aguascalientes, ha sido militante del PRD y candidata a la gubernatura por ese partido en 2010. Renunció al PRD en 2016. Lo mismo Salomón Jara Cruz, candidato de Morena en Oaxaca, fundador del PRD en 1989, renunció al partido del sol azteca en 2013.
Después de saber esto, ¿de verdad crees que, si gana alguno de ellos, habrá ganado una opción política distinta al priísmo tradicional? ¿Eres de los que se creen el cuento de que, si gana Morena en Hidalgo, por primera vez en décadas habrá “alternancia” en ese estado? ¡Claro que no! Morena es el nuevo PRI, o al menos pretende serlo.
Recordemos que después del agotamiento del modelo de partido de Estado, el PRI entró en un profundo proceso de refundación interna comandada por la tecnocracia salinista. El choque entre dos visiones distintas de desarrollo, es decir, la estatista-nacionalista del priísmo tradicional y la visión neoliberal del priísmo tecnocrático, produjo una primera escisión de la que surgió el PRD.
Posteriormente, al perder la mayoría en la Cámara 1997 y luego la presidencia de la república en el 2000, el PRI entró en un proceso de decadencia en medio de una profunda crisis de identidad. Una suerte de reedición de la famosa “disputa por la nación”.
Con el triunfo del peñanietismo y la firma del Pacto por México, el sector más tradicional del PRI y las élites afines representadas en el partido, comprendieron que, si querían mantener sus privilegios e influencia, era necesario revertir las reformas estructurales. Y para ello, sería necesario recrear al otrora partido de Estado y rescatar el modelo estatista-nacionalista que tantos beneficios monopólicos les significó por décadas. Fue así como, prácticamente de entre los muertos, resurgió la figura de López Obrador. El resto de la historia ya la conocemos.
Donde ha ganado Morena en realidad ha recuperado terreno el priísmo tradicional que añora el modelo antiguo de hacer política. Morena y el obradorismo representan justo eso: la vieja ideología priísta que predominó durante 70 años, en la que el Estado paternalista controla todo y el presidente y su partido son los que reparten.
Por eso en el PRI, al igual que en Morena, cabe lo que sea: izquierdas, derechas, empresarios, sindicalistas, guerrilleros, campesinos, intelectuales, artistas y, ahora, hasta narcos y crimen organizado. Al igual que como ocurría en el viejo PRI, hoy en Morena nadie toma partido. Y al igual que en el priísmo tradicional, la única condición es reivindicar los postulados del nacionalismo y el discurso de odio populista contra las élites, en el marco de una suerte de pacto de impunidad-complicidad para reinstaurar el modelo económico y político que ya demostró su inviabilidad.
Así que, podrá ganar Morena los estados que quieras. Pero lo cierto es que quien habrá ganado en realidad será el priísmo tradicional y su visión retrógrada. Y eso será indicativo de que todo va a empeorar. Basta con ver el desempeño de los gobiernos emanados de Morena durante los últimos años.
Todo el priísmo tradicional aliado al obradorismo cree que ha logrado recuperar el poder. Lo que tal vez no han entendido es que, al caer en el juego populista del presidente López Obrador, le están apostando, no al regreso de la “dictadura perfecta” del priísmo de antaño, sino a la dictadura a secas. @DiarioReporter