Por Raúl Hermosillo C.
Gracias a un gran amigo, cayó en mis manos el libro “Poderes Salvajes. La crisis de la democracia constitucional”, escrito hace 10 años por Luigi Ferrajoli, al calor del ascenso y decadencia del berlusconimo en Italia. Y debo confesar que estoy impactado por el paralelismo con lo que estamos viviendo en México, toda proporción guardada, claro está.
Discípulo de Norberto Bobbio, Ferrajoli advertía que el populismo antidemocrático de la era Berlusconi había configurado una profunda crisis de la democracia constitucional italiana, abriendo nuevamente la posibilidad a fenómenos políticos, supuestamente ya superados, como la personalización y la concentración de poder, la disolución del espíritu público, y peor aún, la posibilidad de que estos fenómenos lograran perpetuarse.
Para Ferrajoli el aspecto más preocupante en aquel entonces era el rechazo del grupo gobernante a los límites impuestos por el marco constitucional vigente. Lo que activó un sistemático proceso de desmantelamiento institucional del sistema político vigente y su sustitución por una modelo de democracia plebiscitaria sustentada en la “omnipotencia de la mayoría” y la “neutralización” del sistema de separación de poderes, así como del entramado de pesos y contrapesos que “constituye la sustancia de la democracia constitucional”.
Según Ferrajoli, el sustento de esta visión limitada de democracia descansa en la idea de que “el consenso popular es la única fuente de legitimación del poder político, y, por ello, serviría para legitimar todo abuso y deslegitimar críticas y controles”. A esta noción de democracia Ferrajoli le llama “formal” o “procedimental”, ya que basta con seguir un procedimiento “democrático” para legitimar cualquier decisión. En esta lógica, dice Ferrajoli, “una democracia no puede sobrevivir al ser siempre posible en principio, la supresión por mayoría, con métodos democráticos, de los métodos democráticos mismos”.
Ferrajoli asegura que esto no es una hipótesis académica. “En el siglo pasado, fascismo y nacismo se apoderaron del poder por vías legales y luego se lo entregaron ‘democrática’ y trágicamente a un jefe que suprimió la democracia”. Y que todo el marco legal creado por el fascismo, que eventualmente acabó con el Estado de Derecho y la representación parlamentaria, fue votado y aprobado por la mayoría de sus diputados según lo establecía el procedimiento “democrático” formalmente vigente. No fue necesario un golpe de Estado, bastó combinar una “débil tradición liberal-democrática”, una idea errónea de democracia (procedimental) y de poder popular (soberanía del pueblo), con un discurso populista y un amplio poder mediático del líder, para acabar con las libertades y derechos democráticos.
Ferrajoli alertaba que lo que le pasó a la democracia italiana debía ser una lección para el resto del mundo, sobre todo para las jóvenes y aún endebles democracias latinoamericanas. La lección consiste en tomar distancia de la idea de que toda decisión que cuente con amplio respaldo popular es legítima, aún si ésta atenta contra los derechos democráticos fundamentales. De ahí la necesidad de superar el concepto de democracia formal o procedimental, con un paradigma más cercano al de “democracia sustantiva”. En este esquema, las estructuras democráticas de poder deben estar limitadas y acotadas constitucionalmente por un conjunto de características sobre las que no se puede “decidir”, es decir, sobre las que “el pueblo soberano”, la “mayoría del pueblo”, el “poder popular”, etc., no tengan capacidad legítima de injerencia.
Ferrajoli establece que todo lo relativo al ámbito de las libertades políticas y los derechos sociales pertenece a las “esferas” básicas sobre lo que no se puede “decidir”, es decir, sobre las que cualquier intención que pretenda contradecirlas, es “inválida”. Se trata de aspectos básicos que conforman la “sustancia” de la democracia constitucional, sobre los que no existe poder legítimamente democrático, que pretenda cambiarlas o debilitarlas.
En otros términos, cualquier poder sustentado en alguna forma de “democracia plebiscitaria”, que pretenda modificar esas esferas, en realidad pretende acabar con la democracia constitucional. Si una amplia fuerza popular dirigida por un líder populista con amplia mayoría legislativa pretende mermar la sustancia de la democracia, es decir, las libertades políticas, el pluralismo, la división de poderes, las garantías y los derechos sociales fundamentales, estamos ante una amenaza a la democracia constitucional, punto.
Y si la sociedad no le pone un alto a esa pretensión, en un descuido dicha sociedad terminará inmersa en una profunda regresión autoritaria con “amplio” consenso social, es decir, el preludio de un régimen dictatorial. ¿Les suena familiar? @DiarioReport