Por Xavier Gutiérrez
Si siembras nopales, no pretendas cosechar manzanas.
El siguiente es un relato verídico, crudamente real, que me hizo un viejo almacenista de una compañía constructora, que fue mi jefe. Norteño él, reposado, prudente, amable.
“Mire usted, allá en un pueblo, ya ciudad, de Durango, vivía un médico muy respetado. El típico doctor de pueblo. Su vida era la clásica de un provinciano: su consultorio, su familia, sus amigos, unos partidos de dominó con sus más cercanos algunas veces, con café y muy de vez en cuando una cerveza..”
“Vivía feliz, tres hijos, conocido y respetado por todos. Tan buena era su aceptación que una vez lo postularon para la presidencia municipal. Quirino Rocha él se llamaba, y ganó con relativa facilidad. Hizo una buena administración. No le digo a usted que fuera un ángel, pero ya ve usted que cuando no existía eso de las encuestas había formas de medir la honorabilidad de una persona.”
“Si al salir del cargo regresaba a la vida privada, si no daba de qué hablar, si no hacía ostentación de riqueza y seguía saludando en la calle, si no cambiaba de mujer, si conservaba su círculo de amistades, ¿para qué las encuestas?.”
“Todo esto era señal de honestidad, así era Quirino. Como médico tenía mucha clientela, no era manirroto, siempre había sido ahorrativo, no mezquino. Había llevado una vida austera. Tenía cuatro casas, tres rentaba y en la que vivía, grande, bonita, céntrica.”
“Con el tiempo los hijos se fueron yendo y él se quedó sólo con su esposa. Bueno, no solos, tenían una sirvienta, Brígida, fiel, servicial, acomedida, tolerante, una mujer de pueblo, o como se decía allá, “de la orilla”, y que de hecho era ya como parte de la familia..”
“Ella cuidaba de la pareja con un cariño casi paternal. Pero un día falleció la esposa y Quirino se quedó viudo. Le pegó muy fuerte la ausencia, vino la depresión, se empezó a ausentar del consultorio y de los amigos y poco a poco se fue refugiando en la soledad de la casona.”
“Sólo doña Brígida estaba ahí, también ya grande, siempre fiel, pulcra, hacendosa, le cocinaba, le servía sus alimentos, lavaba su ropa, salía a hacer los pagos del doctor, compraba y le daba puntualmente sus medicamentos, tenía la casa limpia, impecable. Ella tenía una hija, que venía por ella todas las noches para llevarla a su casa.”
“Pero fuera de doña Brígida nadie más veía por el doctor. Empezando por los hijos, nunca estaban por ahí siquiera de visita. Si acaso una vez al año, por ahí entre navidad y año nuevo…casi como visita de doctor”.
“Un día el doctor se enfermó, ya no salía de la casa, caminaba muy poco, de su recámara al comedor y la sala, a veces tomaba el sol en su corredor entre macetas y un gato que le rondaba por los pies. Cada día estaba más delicado en su salud.”
“Una ocasión se sentó a la mesa con Brígida y habló con ella seriamente. Agradeció su fidelidad y confianza, su cariño y le dijo que a partir de esa fecha le pedía que no se fuera más de la casa ni se comportara como la sirvienta. Porque desde ese día sería su esposa, la señora de la casa. Brígida aceptó de buen grado y a partir de ese día vivían como pareja.”
“Llegó a oídos de los hijos todo esto, se pusieron de acuerdo y un día los tres se presentaron con el papá. Primero le echaron en cara “la nueva vida con la sirvienta”, en tono de reproche le dijeron que era una vergüenza para su imagen.”
Él tranquilo, sin inmutarse, los dejó hablar, los escuchó pacientemente, meditando, con la mano en el mentón. Sin asomo de sorpresa ni enojo..”
“De pronto le dijeron, pero mira papá, lo que tú hagas no nos interesa, queremos saber cómo van a quedar las casas. Él, con la misma parsimonia de la conversación previa, les respondió:
“Miren ustedes, ya me di cuenta que nos les importé yo, les importan las propiedades, las casas. Les pregunto:
-“¿Cuántas veces vinieron a verme en estos doce años…quién de ustedes preguntó por mi salud…cuándo les interesó si comía o no comía…quien de ustedes me llevó al hospital.. quién me fue a comprar mis medicinas…quién me arropó en tantos días de frío en el invierno…quién de ustedes vino siquiera a saludarme..?”
Se quedaron mudos, perplejos.
Y cerró: (sin irritarse, como un patriarca, como si cada una de sus frases fueran de cemento)
-“No se preocupen….todo eso que ustedes no hicieron, todo absolutamente, lo hizo Brígida, por eso, por gratitud y cariño decidí casarme con ella, por las mismas razones hice mi testamento y le he dejado todo a ella, nada hay pendiente. Espero tranquilamente la voluntad del señor, estoy en sus manos.”
Sin más qué hablar, agachando la cabeza, los hijos salieron de la casa.
Silente también, Brígida, los acompañó y cerró cortésmente la puerta.
@DiarioReport