Xavier Gutiérrez
La Vida es breve, ¡qué duda cabe!.
A veces es como la mesilla de un mago: ahora estás…ahora no estás!
Ayer a media mañana saludó Javier a un par de amigos en el Café Aguirre del centro, a mediodía había fallecido.
La disciplina y pasión por su quehacer eran religiosas, una devoción.
Arrancaba muy temprano, qué digo temprano, ¡de madrugada!
Todos los días él salía a poner el sol en las mañanas de Puebla.
Era un referente insuperable de la radio en Puebla. Todas las informaciones pasaban por su cabina de la “Ache Erre” en esta capital, de hace 31 años…al día de ayer.
Logró combinar acertadamente las nuevas tecnologías con la tarea de informar, de dar noticias, particularmente las de corte policiaco, o aquellas que en la vida diaria caían en el terreno de lo insólito.
Articuló una red de informantes a partir de los taxistas. Los volvió sus aliados en la función de reportear y así llegaba antes que nadie, mucho antes que sus competidores.
En esa línea, cumplía cabalmente la máxima en periodismo que reza que “es mejor mal y a tiempo, que bien y tarde.”
El iba mucho, muchísimo antes que nadie. Por eso era indispensable en la vorágine del tránsito matutino de esta agitada urbe en absolutamente todos los amaneceres.
He comentado que a veces me parece que el periodisimo es como una autopista ancha, muy ancha, en la que caben…¡hasta periodistas!
He dicho también que este apasionante oficio a veces me lo imagino como una enorme vitrina, con muchas puertas, en donde cada quien abre la puerta de su predilección.
Hay puerta para el deporte, para los espectáculos, para las modas, para la política, para el servicio. Me parece que López Díaz entró con el pie derecho en esta última, porque supo combinar su trabajo frente al micrófono con el tender la mano a la gente.
A lo largo de tres décadas, sin duda llevó toda clase de ayuda, solidaridad y literalmente calor a miles de personas. Eran sus seguidores fieles, fidelísimos. Millares, especialmente de las capas populares de la ciudad.
Le sacó jugo hábilmente a un puñado de reporteros que por ahí pasaron y que los hizo militar en esa especie de ejército de servicio y noticias que él comandaba. Y lo hacían de manera formidable. Dudo que en el país -fuera de CDMX- alguien haya alcanzado el éxito de Javier, en ese estilo de entender la información.
Él logró entender y operó, como nadie, el código que mueve a los empresarios de la radio en este país. Esa habilidad de convertir un micrófono y muchas estaciones enlazadas, como ruta exitosísima de un Rey Midas. Acaso lo más cercano a la Casa de Moneda.
Todo un fenómeno que tuvo, en cierto modo, como maestro a Enrique Montero Ponce.
Sólo que Javier aunó a su sentido de informar el recurso de los medios modernos para multiplicar el mensaje.
Javier, dueño de un peculiar estilo de intercalar la locución, el reporterismo y la disciplina, al punto de marcar una huella profunda en la radio de Puebla.
Descanse en paz mi estimado tocayo…!