Por Raúl Hermosillo C.
Aprovechando su alta popularidad el presidente no tiene empacho en decir barbaridades y atacar a quien se le pegue la gana. El analista Carlos Bravo Regidor les llama armas de “distracción” masiva a las ocurrencias o ataques del presidente. Yo considero, humildemente, que una mejor analogía es llamarles armas de “provocación” masiva, porque cumplen el doble propósito de generar odio y animadversión y, de paso, desviar la atención de los temas prioritarios que verdaderamente deberían preocuparnos y ocuparnos.
Esta estrategia de propaganda que todos los días utiliza el presidente se entiende mejor si tomamos en cuenta que la esencia del obradorismo no es dar resultados, sino dividir, polarizar y, sobre todo, generar odio y encono entre los mexicanos, para mantenerse en el poder con el apoyo de los sectores de bajos recursos y escasa formación educativa y, por supuesto, con la complicidad de los grupos sindicales y empresariales más poderosos del país que ostentan los principales monopolios en diferentes ramas de la economía.
De ahí que todo lo que contribuya ideológica o económicamente a sumar adeptos contribuye a la causa del obradorismo, que es perpetuarse en el poder sin importar el daño que pueda ocasionar al país y a la democracia.
Bueno, pues esta vez, le tocó a la UNAM ser la carne de cañón de esta estrategia propagandística. Durante varios días el presidente se sacó de la manga toda una narrativa que resulta inverosímil para la clase media aspiracionista, es decir, para los emprendedores, pequeños empresarios, profesionistas, estudiantes de nivel medio y superior, medios de comunicación escrita, intelectuales, artistas, científicos y expertos.
Pero eso al presidente no le importa porque, siguiendo la tesis de Luis Espino en “El poder del discurso populista” (que les recomiendo ampliamente), para el obradorismo ellos no son “pueblo”. El “pueblo” es él y sus bases de apoyo carentes de herramientas educativas y de una cosmovisión que abarque más allá de la comunidad o el barrio.
Para el “pueblo”, la “historia” de que la UNAM se volvió neoliberal, hace perfecto sentido, porque el “pueblo” nunca podrá acceder a esa educación. No olvidemos que la escolaridad promedio en México es de secundaria. Y que para la gran mayoría de la población estudiar la prepa es un sueño, mientras que acceder a la universidad aparece como algo inalcanzable.
Por lo tanto, para el “pueblo” la denuncia del presidente cuadra perfecto con la cruzada “épica” emprendida por este “héroe” que, al igual que Hidalgo, Juárez y Madero, lucha por el bienestar de quienes desde siempre han sido oprimidos y discriminados por “los otros”, es decir, por las élites privilegiadas, que sí tuvieron acceso a la UNAM o a otras instituciones de educación superior.
Según Luis Espino, y esto es clave, con su discurso populista el presidente ha logrado construir “con sus seguidores una sólida relación de lealtad” en torno a un enemigo común: las élites privilegiadas. Y en esta “lucha épica imaginaria” contra las élites, mucha gente se siente representada por López Obrador y actúa como su aliado, asumiendo el papel protagonista de “pueblo”, “formando un vínculo emocional impermeable a la verdad, cerrado a la evidencia y blindado contra la realidad”.
Es por eso por lo que al chairo promedio le “hacen sentido” todas las barbaridades que dice el presidente. Y es por eso también que le solapan sus errores y falta de resultados, porque están “convencidos” de que el Peje no es un presidente más, es el “héroe” patrio que México estaba esperando y, por lo mismo, no puede ser medido con la misma vara que los otros políticos.
En eso radica el carácter mesiánico del peje: el chairo le cree porque le tiene fe, no importa que se lance contra los derechos humanos, el feminismo o la ecología, no importa incluso que viole la Constitución o que atente contra la democracia. Tampoco importa, como en este caso, que desprestigie a una de las mejores universidades del mundo.
Lo que importa es seguir polarizando en nombre de la causa de las mayorías oprimidas por las élites perversas. Solo así se explica su alta popularidad y aprobación, a pesar del desastre.
El mismo Luis Espino nos alerta que el presidente utiliza esta estrategia demagógica de manera racional y calculada, para engañar deliberadamente a los que los apoyan. ¿Con qué objetivo? Instaurar un régimen antidemocrático, conservador y populista.
No encabeza ninguna gran transformación, encabeza un intento de regresión autoritaria disfrazado de gesta heroica contra los enemigos del “pueblo”. Y la UNAM, es uno de ellos, porque es una institución autónoma que escapa a la órbita de su control.
Decía Barak Obama que “la presidencia no te cambia, sino que revela quién eres realmente”. Sabíamos que en la presidencia tendríamos a un agitador profesional; lo que no sabíamos era que se revelaría como la mayor amenaza a la estabilidad social y política del Estado mexicano, dispuesto a utilizar su popularidad para mantenernos en guerra permanente, cueste lo que cueste. Coincido en que esto ya se convirtió en un tema de seguridad nacional. @DiarioReport