Por Raúl Hermosillo C.
Decía un clásico que la historia siempre se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Siempre he pensado que el PRI —y en general, la cultura priísta— ha sido una de las grandes tragedias de México. Y a la luz de lo que hemos visto en estos años, coincido en que Morena, la 4T y el obradorismo son, en muchos sentidos, una suerte de reedición del viejo PRI. Solo que, en este caso, yo diría que, en efecto, la historia se está repitiendo, pero no solo como farsa, sino también como una auténtica tragedia.
El priísmo de antaño, con todo y su autoritarismo y su patológica carga ideológica nacionalista revolucionaria, al menos mantenía cierto control de calidad. Por lo menos te pedían la licenciatura. En cambio, esta cepa cuatroteísta, representa lo peor de lo peor, la cakistocracia de la cakistocracia. En términos pandémicos, diríamos que el virus priista mutó hasta convertirse en un verdadero monstruo de mil cabezas, cada una con una ideología diferente, según el público al que haya que embaucar.
Estamos hablando de gente en su mayoría pobremente educada, formada políticamente en las calles y en las marchas, dispuesta a hacer lo que sea con tal de mantenerse en el poder, lo cual incluye aberraciones como, por ejemplo, aliarse con el Verde y, por supuesto, con lo que queda del viejo PRI.
Porque, al igual que en Revolucionario Institucional, en la 4T cabe todo. Si eres de izquierda, bienvenido. Si eres comunista trasnochado, también; si eres de derecha evangélica, no pasa nada. Si eres progre, proaborto y pro-despenalización de las drogas, venga. Si eres grupo de choque, estudiantil, sindical, ambulantaje, neo-halcón, pues aún mejor. Así funcionan los partidos de corte populista en todo el mundo. Por eso el líder tiene que darles atole a todos, sin excepción.
Pero de ahí a que López Obrador sea de izquierda o que sea un prócer de la democracia, pues no hay manera. El presidente ni es de izquierda ni es liberal. No hay duda de que es un líder social que es visto por mucha gente, sobre todo la que padece enormes carencias, como un “salvador”. Y tampoco hay duda de que es la primera vez en décadas que los sectores de bajos ingresos y la “izquierda” trasnochada sienten que tienen un presidente que los entiende y que los representa, que es alguien de los suyos. Algo así como lo que ocurrió con otros populistas como Trump en Estados Unidos, con Chávez en Venezuela, con Evo Morales en Bolivia o con los Kirchner y los Fernández en Argentina.
Algunas veces tiene que aparentar serlo, con tal de mantener a raya a ese sector de su feligresía. Pero por su historia personal, su pasado priísta, su mesianismo tropical y su vena autoritaria, no hay duda de que estamos ante un demagogo profundamente conservador, obsesionado con el poder que, con un grado de cinismo y perversidad supina, todas las mañanas sale a engañar con un discurso demagógico, populista, cargado de triunfalismo aterrador. Sin el “ruido” que se genera en la mañanera, este gobierno no soportaría el peso de la realidad.
No es que el presidente viva en un mundo alterno al del resto de los mortales, no. Lo que pasa es que, así como el PRI utilizó el mito de la Revolución durante 70 años para justificar sus aberraciones, el obradorismo utiliza el mito de la Cuarta Transformación para ocultar la debacle provocada por su ineptitud. Todo se vale si es por la causa de la Revolución, decían los priístas. En la 4T todo se vale si es por la causa de la transformación.
Al igual que con el PRI, Morena y el Peje viven de la esperanza que representa, simbólicamente, el mito. Y si las cosas no van bien, no importa, hay que aguantar. Todo sea por la causa, por la construcción de un mejor futuro. Algo así como lo que les pasó a los cubanos con Fidel. No importa lo jodidos que estén, lo que importa es el triunfo de la Revolución. Al principio de la aventura esto puede sonar hasta atractivo, pero 60 años después ya no puede ser mas que puro cinismo autoritario.
En la 4T no importa si las cosas no van bien ni que se acumulen ya tres años de errores garrafales, corrupción descarada, negligencia sublime e ineptitud rampante. Lo que importa es que se está en la ruta de la “transformación”, o sea, en la ruta de la regresión autoritaria.
Por eso el discurso triunfalista a muchos nos suena a burla. Por eso el apuro por desmantelar el Estado democrático liberal y reconstruir los amarres clientelares necesarios para perpetuarse en el poder. Esa es la prioridad. La reforma eléctrica es solo un ejemplo. Lo que se busca ante todo, es recuperar el apoyo de los trabajadores al costo que sea. Basta checar el tamaño del soborno que Bartlett le ofreció al gremio a cambio. La idea de “estatizar” todo lo que se pueda, tiene como único objetivo afianzar los apoyos y clientelas necesarias rumbo al 2024.
Lo trágico de esta farsa es que, a diferencia de lo que vivimos durante 70 años con el PRI, que bien que mal se sustentaba en instituciones, el único sostén del nuevo tinglado cuatroteísta es el liderazgo de un solo hombre, de una sola persona, que para mantener vivo su “proyecto populista”, tiene que concentrar todo el poder, sumar el mayor número de aliados posibles a cambio de impunidad (Verde, PRI, monopolios), recuperar viejas clientelas a cambio de resarcir privilegios perdidos (sindicalismo) y lograr de alguna perpetuarse en el cargo (Maximato).
A pesar de todo, sigo teniendo la esperanza de que la falta de resultados, sumada al agotamiento del liderazgo presidencial, terminarán por acabar con el mito de la 4T y la farsa del obradorismo. Aunque me temo que lo que prevalecerá será una larga estela de tragedia en todo el país. @DiarioReporter