La palabra en general tiene por lo común un uso impune. Pocas veces respetuoso, respetable, con peso y respaldo incuestionable de quien la profiere o firma.
Lo vemos por todos lados. Políticos, periodistas, dirigentes, representantes, estudiosos, analistas, curas. La Inmensa mayoría la manosean con mas o menos cuidado. Pocos, muy pocos la utilizan de modo respetable para sembrar ideas de bien.
Se la usa como arma innoble para engañar, manipular, lucrar. Y se multiplican los sabiondos, los redentores, los profetas del infortunio.
Hay chantajistas vulgares, hay quienes explotan al poder con una especie de terror informativo, otros venden canicas de colores como si fueran pepitas de oro.
En la historia del país siempre han existido tontos o ingenuos que se tragan la simulación envuelta en trajes y corbatas.
La gran mayoría hablan o escriben o pontifican, como si tras de si tuvieran legiones de representados, o de electores. Como si un curriculum impecable diera soporte de calidad y de verdad a cada párrafo.
Como si hubieran aprobado severísimos exámenes de probidad y modestia por parte de amplios sectores de la sociedad. Como si portaran diplomas o títulos de honorabilidad a toda prueba.
Hablan o actúan a nombre de partidos que son cascarones, manejados por inescrupulosos comerciantes eternizados en eso que llaman “política”.
Muchos, muchísimos firmantes de espacios en medios o protagonistas de foros de radio y televisión, reprueban rotundamente un riguroso examen de trayectorias, usos del poder, patrimonios y hasta empleo del idioma.
Ello no obstante, aconsejan, predican, pronostican, denuestan y sentencian.
Quien se propone analizar con rigor a esos pequeños ejércitos de tunantes, llega a encontrar ególatras y frustrados, narcisistas vacuos, analfabetas con infinita sed de reconocimiento, acomplejados y sicarios.
También hay consultores vanos, líderes que no lo son ni de su parentela, saltimbanquis que alternan banderas para llenar sus bolsillos, vividores profesionales del poder, aprendices eternizados en distintos escalones áulicos, sirvientes genuflexos de politiquillos de baja estofa y tan corruptos como ellos.
Hay también, he conocido muchos casos, verdaderos fenómenos patológicos. Auténticos tránsfugas de un psicólogo o de hospitales psiquiátricos.
Los hay hombres y mujeres.
Basta emplear el sentido común, observar con detenimiento, revisar con cuidado y agudeza, y usted fácilmente da con ellos.
Están aquí, allá o acullá, en partidos, en el gobierno, en los medios.
Identifíquelos. Son el pan de cada día en todas partes de nuestra sociedad.
Ahí le dejo a usted el ejercicio.
Felicidades maestro. Muy atinado artículo como siempre. Felicidades!!!!
Excelente artículo