Por Raúl Hermosillo Carmona
Desde que Morena y sus aliados perdieron la mayoría calificada en las elecciones intermedias del año pasado, López Obrador comprendió que la elección del 2024 se convertiría en una suerte de referéndum y que ante la ausencia de resultados de gobierno, la única manera de lograr el voto mayoritario será rompiendo la Alianza Va por México. ¿Cómo? Atacando su eslabón más débil, es decir, al PRI.
Para nadie es un secreto que, desde que asumió el cargo de dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno, mejor conocido como Alito, fue duramente cuestionado por su cercanía y complacencia con el obradorismo, así como por haber asumido un liderazgo unipersonal que ha perjudicado el diálogo y la comunicación al interior de ese partido.
Todo esto sin contar la mala imagen derivada de las diversas acusaciones de enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias que pesan en su contra, que datan de la época en la que se desempeñó como gobernador de Campeche, y que también han impactado negativamente la imagen de la Alianza Va por México.
Desde que se integró la Alianza, muchos cuestionaron su viabilidad debido a los negativos que le podría significar la presencia del dirigente nacional del PRI. Sin embargo, la recuperación de escaños en la Cámara en 2021 atenuó la responsabilidad de Alito en la debacle electoral del PRI en 11 estados de la república.
Luego vino la prueba de fuego con la reforma constitucional en materia eléctrica. No queda claro si Alito se envalentonó y desafió el acuerdo que ostensiblemente tenía con el presidente o si las circunstancias al interior de la cúpula del PRI lo obligaron a cerrar filas en torno a la unidad en contra de la reforma constitucional. Lo cierto es que la contrarreforma eléctrica no pasó, y que Alito se consolidó como pieza clave del bloque opositor.
El futuro parecía sonreírle al dirigente nacional del tricolor cuando, en la víspera de las elecciones del pasado 5 de junio, el obradorismo filtró varios audios en los que Alito habría confirmado su responsabilidad en diversos delitos electorales.
Al escándalo se sumaron los pésimos resultados electorales para el PRI y la guerra de acusaciones. Alito asegura que los audios son la venganza del obradorismo por no haber aprobado la reforma eléctrica.
En medio de todo esto, quien está asumiendo gran parte del costo político es, sin duda, la Alianza Va por México. Hace unos días, durante una conferencia de prensa convocada para denunciar el uso de recursos públicos en las campañas de apoyo a los candidatos de Morena, el diputado panista Santiago Creel le dio un tiro en el pie a la Alianza al señalar que “ni en las peores épocas del PRI —hoy nuestro aliado, pero ya democratizado— veíamos esto”.
De inmediato, en las redes sociales se lo acabaron. Para la chairocracia el “desliz” fue síntoma inequívoco de decadencia. Para la oposición, a Creel lo traicionó el subconsciente ya que, al igual que él, muchos cuestionan la alianza del PAN con el PRI. Más ahora, con los audio-escándalos de “Alito”.
Ni tardo ni perezoso, López Obrador aprovechó la confusión para “enterrar” la percepción —que empezaba a cobrar fuerza— de que Morena representa el viejo PRI. Al día siguiente, en la mañanera, mostró el video de Creel como “evidencia” de que, los que en realidad son socios son el PRI y el PAN. “Este tipo de machincuepas no se pueden explicar, no se pueden argumentar”. “Si es tan malo, por qué se aliaron al PRI, los del PAN”, cuestionó el presidente.
Para todos es claro que la presencia de Alito Moreno en la Alianza es insostenible. El obradorismo ha amenazado con dar a conocer más audios contra el dirigente del PRI, lo que seguramente lo obligará a seguirse aferrando al cargo para no tener que enfrentar la cárcel. El problema es que esa decisión podría terminar rompiendo la unidad opositora, que es el verdadero objetivo del presidente.
Lo ideal sería que Alito renunciara y que enfrentara a la justicia; y que el PRI renovara su dirigencia nacional a partir de caras y cuadros nuevos. Esto abriría la posibilidad de rediseñar una narrativa sencilla y fácil de comunicar que explique y convenza a la gente común y corriente, de que el PRI actual es distinto al viejo PRI, es decir, al partido de Estado que gobernó por 70 años.
¿Distinto en qué sentido? Al menos en el sentido de que hoy es un partido que no pretende regresar al viejo modelo de economía cerrada, controlada por el Estado, en la que dominaban los monopolios públicos (CFE, PEMEX, TELMEX) y en la que se enriquecían las burocracias a costa del bienestar de la población más pobre. Que no busca la restauración autoritaria mediante el debilitamiento de las instituciones autónomas que sustentan nuestra democracia y nuestra economía (INE, INAI, COFECE, CRE, Banco de México). Y que no aspira al control corporativo de las clientelas sindicales, empresariales, profesionales, populares y militares, para perpetuarse en el poder, coaccionando el voto mediante amenazas y prácticas de extorción política.
A la Alianza Va por México le urge una narrativa creíble que le dé identidad y que justifique su comportamiento en esta etapa crucial de la nueva disputa de la nación. @DiarioReporter