Por Jesús Ramos
Su Majestad hizo el intento de crear una tercera alternativa de votación para gobernador en Puebla. No pudo. La bella acción fue poner entre Eduardo Rivera y Alejandro Armenta un PRI con recursos financieros suficientes representado por una candidata o candidato bastante conocido.
Ir a una elección robusta de tercios fue el propósito, con Blanca Alcalá, Jorge Estefan o el mismo Néstor Camarillo por abanderado. Se platicó con Alito en reunión discreta. Se le expuso el plan. El quecholaco fungió de Celestina para conquistar al líder nacional del tricolor.
Dividir el voto es de lo que se trataba, ponerle una zanahoria al electorado inconforme con Morena, apuntar a la clase media y al voto switcher para romperle su maraca a Lalo Rivera.
No quiso Alito, no aceptó, sus argumentos fueron sólidos, no iba a poner en riesgo los grandes acuerdos que traía con las cúpulas del PAN y PRD por un solo estado de la república mexicana, cuando el suyo era un rechoncho paquete nacional.
Consciente del papel que jugaría el PRI en la elección de gobernador, de aceptar Alito, Néstor cayó en la tentación de traicionar a Eduardo Rivera por conveniencia propia, dispuesto estaba el muchacho.
Si Estefan y Blanca no aceptaban, él lo haría feliz y dichoso enterado de lo que ganaría en lo político y financiero, aunque perdiera en las urnas. Se apuntó públicamente como posible hay que recordarlo. Se tomó a locura.
Armenta ya había ganado la interna morenista, los bigotes revolucionarios de Zapata y las trenzas postizas de Adelita se vendían en noviembre, caminaban juntos todavía tomados de la mano Estefan y Camarillo, hacían entonces bonita pareja y los dos se veían muy bien.
Quién traiciona una vez traiciona cualquier cantidad de veces, ilustra la máxima popular de a pie. Su Majestad, Néstor y Estefan podrían proporcionar mayores detalles de su encuentro con Alito, ojalá se animaran, fracasaron entonces, pero la lucha hicieron. @DiarioReporter