Por Raúl Hermosillo Carmona
A la chairocracia ya se le olvidó que mientras Arturo Saldívar fue presidente de la Suprema Corte, López Obrador hablaba maravillas de los jueces y mantenía un discurso de respeto y colaboración con el poder judicial.
Ya no se acuerdan de que incluso, trató de “extender” el mandato de Saldívar precisamente con la intención de seguir contando con el “silencio” cómplice de la Corte ante las fechorías jurídicas impulsadas desde el ejecutivo federal.
Ya borraron de su corta memoria que, al perder la mayoría calificada en 2021, al presidente se le cerró la posibilidad de reformar la Constitución a su conveniencia. Lo cual no solo significó un duro golpe para su salud física y mental, sino que lo obligó a depender de una Corte sumisa y servil para poder avanzar en su agenda electoral consistente en neutralizar los contrapesos a su poder rumbo al 2024 (INE, INAI, Tribunal Electoral).
Por eso, cuando el poder legislativo bateó la propuesta de extender el mandato de Saldívar, trató de imponer a otro de sus ministros carnales al frente de la Corte. Para el presidente era indispensable mantener en la congeladora las acciones de inconstitucionalidad y controversias constitucionales presentadas para parar las leyes secundarias contrarias al marco constitucional aprobadas por su mayoría simple en el Congreso. En especial las relacionados con el intento de desaparecer al INE, el carácter civil de la guardia nacional y la opacidad financiera de las obras faraónicas del presidente.
Su error fue tratar de imponer a alguien sin la experiencia ni la trayectoria necesarias para presidir la Corte. Fue un insulto a la inteligencia del resto de los ministros pretender imponer a una advenediza cuyo único mérito era ser esposa del principal contratista del obradorato. Hoy sabemos que fueron los mismos ministros los que filtraron la información sobre los plagios de la “ministra” Esquivel.
Obvio, la elección de un perfil fuera de la órbita de control del obradorismo, como el de la ministra Norma Piña, ya no les gustó a las hordas peje zombis. Ya nos les pareció “justo” que la Suprema Corte adoptara un papel más independiente y autónomo frente a las locuras del emperador.
Ahora les parece “ilegítimo” que la nueva presidenta saque de la congeladora las impugnaciones y recursos de inconstitucionalidad pendientes y les parece “excesivo” que un juez les recete una suspensión definitiva en dos tramos de las obras del tren maya o que les tumbe el decretazo que declaraba de “seguridad nacional” ese y otros elefantes blancos que han sido fuente inagotable de corrupción.
Ahora sí denuncian que el poder judicial está obstaculizando la supuesta “transformación” y cuestionan sus decisiones a partir del argumento de que “nadie eligió a la ministra Piña y a los otros siete ministros que han decidido actuar en bloque para no permitir la sumisión del poder judicial ante el ejecutivo.
El problema, como dice la ministra Piña, es que el presidente y sus esbirros confunden popularidad con legitimidad. No son capaces de entender que, en una democracia constitucional, el consenso popular no es la única fuente de legitimación política.
Que el poder se divide justo para evitar abusos y locuras que atenten contra el orden constitucional. Que el papel de la Corte, como tribunal constitucional, no es agradar a la afición, sino velar por el cumplimiento de lo establecido en nuestra Carta Magna.
Y que, si no les gusta lo que dice la Constitución, solo tienen de dos: reformarla con una mayoría calificada —que no tienen— o violentarla, y enfrentar las consecuencias legales.
Evidentemente, López Obrador ha elegido el camino de la ilegalidad para poder ganar la elección de 2024. Ha decidido violentar el marco legal aun cuando sabe perfectamente que, en caso de perder, tendrá que responder ante la ley.
Pero no tiene alternativa. Sabe que, sin los buenos resultados de gobierno prometidos, la única forma de ganar es con “saliva” y una elección de Estado, es decir, con todo el dinero del presupuesto y violentando las reglas del juego electoral.
Como todo populista, su objetivo es ganar a como dé lugar o, en su defecto, incendiar el país para que nadie gane (y todos perdamos).
Por eso digo que, en los próximos días y semanas, veremos a un presidente en desacato permanente a las resoluciones de la Corte con el objetivo de orillarla a sancionar al presidente para convertirlo en mártir.
Veremos cómo prepara a las hordas fanáticas para “defender” la “transformación” ante un supuesto “golpe de Estado técnico” por parte de la Corte.
Veremos cómo escala el odio y la descalificación hacia toda institución, grupo o actor político que no haya sido “elegido” por la mayoría del “pueblo”.
Veremos a un presidente fuera de sí empecinado en destruir al único contrapeso que queda en pie frente a su plan de perpetuarse en el poder e instaurar una autocracia populista de corte familiar.
Así que, pase lo que pase en la elección del Edomex —pero sobre todo si pierde su candidata— conoceremos la peor versión de López Obrador. Así que, preparémonos porque lo peor está por venir. @DiarioReporter