Por Xavier Gutiérrez
Un ingrediente indispensable de la democracia es la confianza. Sin ese certificado un poder o una institución es o está, pero estará dando la espalda a la ciudadanía.
Ganar una elección es magnífico, pero esa condición que da el voto hay que refrendarla todo el tiempo. Con actos, con hechos más que con dichos.
Pero no sólo una elección, también el ejercicio de un poder o el desempeño de un puesto de responsabilidad o de autoridad, sea individual o colectivo.
La reciente encuesta de la empresa Latinobarómetro sobre el factor confianza, muestra en el caso de México resultados que casi se repiten cada año.
Las cinco instituciones más confiables en nuestro país son: la iglesia, los hospitales o clínica privadas, las fuerzas armadas, el presidente de la República, y los hospitales públicos, con un puntaje respectivo de 54, 52, 49, 44 y 37.
En el punto opuesto, del fondo de la tabla hacia arriba, están: los partidos políticos, los sindicatos, la policía, el Congreso, y el poder judicial. La puntuación: 13, 22, 22, 23 y 23.
Entre ambos extremos, están los medios de comunicación (35 puntos), bancos (31), el gobierno (28) y empresas como Facebook (26).
Como se puede apreciar, es fuerte el déficit de confianza y son únicamente dos instituciones las que rebasan el 50 por ciento del factor confianza.
Todo esto es un señalamiento muy serio y de fondo sobre la consideración en que el mexicano tiene a las instituciones, públicas y privadas.
Esto significa que prácticamente todas están lejos de ostentar una investidura cargada de una incuestionable confiabilidad.
Por tanto, esto mismo apunta que la prioridad número uno de la autoridad en México debiera estar puesta en la conquista de fe pública por parte de la gente.
Y de ese pobre capital se derivan muchas cosas: la debilidad para el ejercicio del poder, la poca o nula respuesta de la ciudadanía a los llamados o deberes de quienes ejercen los niveles de mando.
Y esto coloca a la democracia mexicana en una condición endeble.
Y no se trata de buscar la salida común y práctica de culpar de todo esto a papá gobierno. Todas las entidades tienen un fragmento de responsabilidad, todas. Y este común denominador debería ser factor que las empujara a enfrentar esta colectiva vulnerabilidad con estrategias, esfuerzo, imaginación y resultados.
De otra manera, es navegar entre una nube engañosa que para todos trae resultados negativos.
Pero hay un elemento extra, importantísimo, que no debiera estar al margen: el papel de la sociedad, por sí o a través de sus medios confiables de organización, participación o actividad, para romper el círculo vicioso que pareciera autoprotegerse a partir de la inacción.
Apuntamos en este flanco a los centros de enseñanzas de todos los niveles, los medios de comunicación, los gobiernos estatales y municipales y otras organizaciones civiles.
Esto, la confianza, es un factor de primerísima importancia en el ejercicio diario de gobierno, ya, de todos los días, aparte de ser una bandera electoral que merece izarse todo el tiempo. @DiarioReporter