Xavier Gutiérrez
La despenalización del aborto que acordó por unanimidad la Suprema Corte de Justicia de la Nación desató una tormenta de comentarios, de todos los colores y sabores.
O fue más bien la desembocadura de este tema largamente debatido.
Entre tantas voces que surgieron en torno al asunto, figura reiteradamente y con muy especiales matices cierta corriente clerical, sobre todo la alta jerarquía. A veces no resulta justo mezclar a las élites con los curas de pueblo, que son quienes ejercen su ministerio más cercano a la gente.
Es curioso lo que ocurre en este y otros casos: quienes más opinan son quienes menos razón tienen para ello.
Dice por ahí un dicho mexicano: lo grave no es hablar con la boca llena, lo más grave es hablar….con la boca vacía.
La mayor parte de las religiones han dejado siempre de lado a la mujer. Ha sido marginada, cuando no satanizada y perseguida.
En la historia del mundo, la mayor crueldad contra el ser humano, las peores matanzas, la hoguera, ha sido en nombre de dios, de diversos dioses.
La denominación de brujas a ciertas mujeres en la vieja Europa fue precisamente por tener ideas y prácticas propias, libres, discrepantes de la religión dominante y contrarias al fanatismo católico.
Hoy mismo vemos que en el catolicismo la mujer no puede ser oficiante, no hay sacerdotisas, obispas ni cardenales del sexo femenino.
Ahí se le ha asignado a la mujer una condición pasiva.
Pareciera que sólo se la considera un objeto para la procreación y perpetuación de la especie.
Ante tal rol asignado a la mujer, es improcedente la continua y añeja posición de la clerecía católica contra el elemental derecho de la mujer a determinar lo conveniente para su cuerpo. Si de lo que único que somos auténticamente dueños los humanos es precisamente de eso, nuestro cuerpo.
¿Quién y por qué, y con qué autoridad se atreve a opinar, decidir u ordenar -bajo amenazas y condenas- qué es lo que la mujer, en uso de su condición libérrima debe hacer con su cuerpo.?
Lo menos que un ser humano debe hacer para con otro es precisamente eso, SER HUMANO.
Y no hay razón para que desde la atalaya de la religión, cualquier religión, se pontifique qué es lo bueno o malo que le corresponde hacer al otro.
Lo mínimo que se espera de quien habla a nombre de una deidad es respetar la dignidad humana, la vida y los más elementales derechos del otro.
Su suprema libertad de decidir.
Eso, la fe y el voto, figuran entre los derechos intocables del hombre.
En el otro extremo hemos visto aberraciones que emparentan a los dos polos.
Nos referimos a esas marchas con banderas supuesta o realmente feministas, que se nutren de la violencia ante todo y contra todo.
Una anarquía de hordas bárbaras que en nombre del derecho a la vida y la libertad, atacan monumentos, propiedades, personas e instituciones con una intolerancia implacable.
El paso de la Suprema Corte es importante, muy importante. Hace falta complementar el proceso y la adopción de ese criterio rector por parte de los estados.
Esperemos que pronto salgan de las tinieblas.
Felicidades maestro. Totalmente de acuerdo!!!