Por Xavier Gutiérrez
El día 15 de este mes asume la presidencia municipal de Puebla Eduardo Rivera. Lo hace por segunda ocasión, en ambos casos bajo el signo de un gobernador peculiar.
La vez anterior bajo el imperio de Moreno Valle, quien lo vio como un colaborador más de su gabinete, pero muy lejano. Le dio un trato grosero, incluso con la punta del pie.
Esa condición le impuso un desempeño gris. Rafal acaparaba los reflectores y casi podríamos decir que fue al mismo tiempo gobernador y alcalde.
Eduardo aceptó prácticamente sin chistar.
Hoy releva a una presidenta que sale casi por la puerta de atrás. A ella le ha tocado, en cierta forma, jugar el mismo papel que a Eduardo, pero con el gobernador Miguel Barbosa.
Es una caso curioso y desafortunado para ambos. Podríamos decir que han sufrido del mismo dolor, en dos circunstancias, distintas en el tiempo, semejantes en su condición de víctimas.
Ante el muy mediano papel que desempeñó Claudia Rivera, se podría pensar que el alcalde entrante tiene la mesa puesta para caminar con éxito. Eso, en teoría.
En la práctica la política es otra cosa, no es asunto de franciscanos ni de conductas fraternas y piadosas.
El gobernador tiene el control total del congreso del estado, la Universidad Autónoma de Puebla dejó de ser un factor incómodo y Antorcha Campesina está anulada, por citar tres núcleos de relativo contrapeso.
Eso le permite al gobernador cocinar solo. Y seguramente lo hará con su sello personalísimo, sin compartir un centímetro del poder en lo que resta del sexenio.
Eduardo Rivera buscará extender las alas y trazar un vuelo en pos de la gubernatura aspirando, como parece ser hasta ahora, a tener como manager, guía, divino pastor y aliado al gobernador.
La cordialidad ostensible entre ambos parece un indicador que sitúa a Rivera como un obsecuente barbosista.
Ello, no cuesta trabajo imaginarlo, halagará al gobernador, con la tentación de usar a Rivera para tener un juego propio pensando en un sucesor a modo. Máxime que parece no haber buena química con el gobierno federal.
Esto último, de ser cierto, hará concebir al gobernador Barbosa la posibilidad de manejar motu proprio la sucesión aquí, al margen del poder central y de Morena que, en teoría es su partido.
Y decimos que en teoría, porque reiteradamente el gobernante enfoca sus baterías contra los actos u omisiones de Morena y sus representantes, con lo que envía el mensaje de no sentirse cómodo con ellos ni recibir el trato que esperaría.
En esa discrepancia que se advierte a la distancia y en el horizonte más amplio, se anticipa un punto de enorme interés para los observadores de los fenómenos políticos.
Y surge una cascada de interrogantes: ¿En efecto Eduardo se siente ya el candidato del gobernador…Actuará disciplinado y sumiso exactamente igual que le sucedió con Moreno Valle…El gobernador dejará pasar libre y refulgente al alcalde aunque ello implique compartir el poder…El poder central dejará al gobernador con plena autonomía para su juego sucesorio…Morena se quedará sólo como espectador con los brazos cruzados..?
Son preguntas.
Esas, y ochenta más que a usted se le ocurran.
@DiarioReporter