Por Raúl Hermosillo Carmona
La muerte de Luis Echeverría Álvarez prendió nuevamente el debate sobre si es válido o no, comparar el estilo y visión del expresidente, con el de López Obrador. Dado que se trata de contextos y circunstancias nacionales e internacionales diferentes evidentemente es un despropósito sostener que AMLO es la reencarnación de LEA.
Pero negar el hecho de que López Obrador abrevó del echeverrismo durante su juventud o asegurar que su decisión de afiliarse al PRI a mediados de los 70s —justo después de terminar la carrera de ciencias políticas en la UNAM— nada tuvo que ver con el impacto que le causó el ideario populista de LEA en su formación política, es también una necedad.
A pesar de los claros indicios sobre la responsabilidad de Echeverría en los hechos del 68 y de su participación en el llamado halconazo, como muchos jóvenes priístas de su época AMLO seguramente fue seducido por el populismo y la demagogia echeverrista. Me imagino que lo cautivó la determinación de aquel presidente de hacer realidad “el cuarto movimiento del concierto histórico” y cambiar el rumbo del país. Seguramente lo conmovió aquel personaje que parecía estar en campaña electoral permanente y que no daba tregua al trabajo con las bases, con las comunidades campesinos e indígenas.
No tengo duda de que la creación del Programa Integral para el Desarrollo Rural diseñado para acabar con la pobreza debe haber sido toda una revelación para aquel joven provinciano y que aquella idea echeverrista de que es ahí, en los pueblos y comunidades, donde subyace la inagotable reserva de valores que pueden ser la base de una amplia revolución de conciencias, debe haberlo marcado para siempre.
De seguro, también lo impresionó la imagen mesiánica de aquel mandatario que, teniendo un poder casi absoluto, predicaba los ideales de justicia social y nunca dudó en señalar a “los emisarios del pasado”, como los culpables de la desgracia nacional.
Y, por supuesto, seguramente lo sedujo el modelo de desarrollo al que aspiraba el echeverrismo. Un modelo orientado hacia la autosuficiencia sustentado en la sustitución de importaciones y que tenía como el principal motor y conductor de la economía y el desarrollo, al Estado.
Un modelo que no requería de las empresas ni de los empresarios, porque en la visión echeverrista, si para algo servía el presupuesto del Estado era para garantizar el progreso del pueblo. Y si para ello había que aumentar el déficit fiscal, la deuda, la inflación y devaluar la moneda, no importaba. Y si alguien no estaba de acuerdo, de seguro era parte de la élite privilegiada.
No hay duda de que aquel joven de Macuspana quedó encantado con el aplomo y la seguridad del presidente Echeverría, expresados en cada uno de sus discursos. Con su capacidad de convencer y seducir al pueblo, y con su poderosa habilidad para controlar a los medios de comunicación, acallar las voces disidentes y cooptar a los intelectuales críticos.
El joven López Obrador debe haber sentido también el enorme orgullo nacionalista y anti-imperialista que provocaba el presidente Echeverría al desafiar al gobierno norteamericano y al abanderar la agenda de los países no alineados de la época.
Dadas las limitaciones materiales e intelectuales de aquel joven tabasqueño, y su temprana incursión al activismo y liderazgo político, es muy probable que el único marco político-conceptual del que pudo asimilar algunas enseñanzas permanentes haya sido el modelo populista-estatista-hegemonista del echeverrismo. Y que el único paradigma de progreso al que tuvo acceso detallado haya sido el llamado modelo de desarrollo estabilizador.
Cuentan que, años después del triunfo de Carlos Salinas, el mismo Echeverría declaró en una entrevista que a él hubiera gustado que De la Madrid eligiera a Manuel Barttlet como sucesor. Me imagino que, en su momento, el joven tabasqueño también pensó lo mismo. Debe haber sido traumático que un grupo de tecnócratas que pretendían abrir la economía a la competencia global tomara el control del PRI por los siguientes 40 años.
Si nos atenemos a sus expresiones de nostalgia por la autosuficiencia, a su nacionalismo y aislacionismo trasnochado, a su estatismo empedernido y a su desprecio por la inversión privada y por las clases empresariales y emprendedoras, es claro que López Obrador sigue añorando el paradigma echeverrista en el que se formó.
Y si nos centramos en el estilo de gobierno que ha impuesto, creo que también es claro que sigue aferrándose a aquel modelo populista y demagógico que pretende ser la única voz y opinión válidas, no importa que para lograrlo tenga que adaptar sistemáticamente la realidad a su marco ideológico-conceptual.
Por eso, creo que la verdadera deshonestidad intelectual radica en pretender negar o descalificar toda posible influencia de aquel paradigma que marcó la primera —y muy probablemente la única— formación política de López Obrador. Parafraseando a Silvio Rodríguez, no es lo mismo, pero se parecen demasiado. @DiarioReporter