Por: Jesús Ramos
Cuando el PRI estatal evaluó los perfiles de sus candidatos para las elecciones extraordinarias de alcaldes, el dirigente Néstor Camarillo neceó en quitar a Javier Sánchez Espinosa del municipio de Teotlalco y reemplazarlo por un abanderado que respondiera a sus intereses.
No se fijó en la fuerza del primero y segundo apellido del fulano Javier. La mitad de los mexicanos se apellida Sánchez qué caray. Y una tercera parte cargan con el apellido Espinosa.
Limitado a conocer sólo a sus paisanos de Quecholac y los ranchos circunvecinos, no dimensionó el tamaño y los alcances de su necedad. Terqueó. Berrincheó. Pataleó.
Se puso pesado. La argumentación fue que él era el líder priista y, por lo tanto, le tocaba poner uno cuando menos de los tres candidatos a presidentes. Jorge Estefan Chidiac había puesto a los tres y él nada.
En ningún momento Jorge Estefan le explicó las razones de por qué no podía nombrar candidato ni en Santa Rita Tlahuapan ni en San José Miahuatlán y tampoco podía imponerlo en Teotlalco.
Debieron decirle desde el más alto nivel del estado que la alcaldía de Teotlalco ya estaba comprometida para el hermano del arzobispo don Víctor Sánchez Espinosa para que entendiera razones.
Pues aun así intentó convencer a Estefan Chidiac de reemplazarlo, a lo que no accedió por el tamaño de locura que el joven Camarillo estaba pidiendo.
Otro que tampoco entendió que las tres alcaldías debían repartirse como quedaron fue Eric Cotoñeto. Él creyó que el asunto era en serio y echó la bodega por la ventana con calentadores solares, tinacos y toda la cosa. Sus tres candidatos perdieron.
Estaba trazado que de las dos presidencias municipales del PRI una era para Estefan Chidiac, por haberlo acordado así en La Marranera, otra para el arzobispo por compromiso gubernamental y la tercera para el PSI, el cual pretende utilizar el estado en el 2024 para ser esquirol de uno de los partidos políticos grandes, así como lo hizo Rafael Moreno Valle en sus tiempos de gloria.
La enjundia con que la dirigencia festejó los triunfos del PRI en Tlahuapan y Teotlalco, girando la matraca y soplando espanta suegras, fue la obra teatral de una distribución acordada, donde el hermano del arzobispo jamás perdería y Estefan Chidiac y Carlos Navarro tampoco.
Cotoñeto sí y Néstor también. A ellos les ocultaron la verdad todo el tiempo. @DiarioReporter