Por Jesús Ramos
Si en verdad ama a Barbosa la gente del primer círculo y las focas que le aplauden, tendrían que armarse de valor para recomendarle mesura y elevar el nivel de la política que con sus explosiones de furia, de la semana pasada y esta, la ha situado a ras de alcantarilla y por la calle de la amargura.
Tristísimo papel el suyo, lamentable. Muy probablemente sus pares de otras entidades no debieron creer a la primera que se hubiese atrevido a amenazar al secretario de Gobernación Adán Augusto y a Bartlett como lo hizo.
Si lo que quiso fue enviar el mensaje que la decisión de su relevo no la ha tomado Palacio Nacional ni Morena, con su actitud hostil y desesperada fue todo lo contrario.
Ahora se piensa que Andrés Manuel, a través de su operador político, mostró su predilección por Nacho Mier. Y con el evento del sábado lo confirmó a la clase política nacional y local.
Un chamaco berrinchudo, encorajinado, que se tira al suelo y patalea es lo que hemos visto en sus mañaneras. Terrible muestra de autoridad. Y lo que queremos ver es un gobernante de clase, nivel y porte. Un señorón de la política.
Que lo es. Barbosa es un político experimentado y con tablas suficientes. Lo ha demostrado antes y con la extraordinaria memoria que posee no pudo haberlo olvidado. En algún rincón de sus recuerdos deben estar.
Nuestro gobernador está irreconocible. Tira pleito, endilga apodos, se muestra desquiciado, furioso, encabronado, ofende con palabras inapropiadas para un mandatario, para una gente de su experiencia y vivencias añejas.
Las cortes de los mandatarios es tierra fértil para aduladores, barberos, profesionales de la intriga y lambiscones. Ocultan las verdades para no arriesgar la posición a costa de la fama pública de su jefe máximo.
Si hace el ridículo que lo haga. Sufren de ceguera momentánea. No es justo. No lo merece. Tendrían que cuidar a Barbosa esos que están cerca de él. Y las chicas de minifalda que le echan porras en la prensa sugerirle ideas buenas, que le sean de utilidad y le proyecten bonito ante la opinión pública.
Pero le tienen miedo. Contradecirlo les aterra. Prefieren el silencio o tergiversar lo malo en bueno, aunque eso implique que se exhiba de manera terrible como en los últimos días.
La andanada de reproches y groserías que le enderezó a Noroña y Mario Delgado fue penosa, probablemente lo merezcan, pero descender la política a ese nivel lastima tanto al agresor como a los agredidos.
Lamentable. No existen indicios, pequeñas señales que muestren una actitud distinta, de mayor educación, porte, clase y cortesía. @DiarioReporter