“Mentirocracia” o la sociedad de la (des)información

Por Raúl Hermosillo Carmona

Es cierto. Todos los políticos mienten. Pero ¿qué pasa cuando el gobierno adopta la mentira como estrategia de comunicación? ¿Qué pasa cuando el presidente y su gobierno deforman deliberadamente la realidad y manipulan la información para alterar la percepción sobre los hechos?

Hace 20 años, en un ensayo casi premonitorio, titulado “Reflexiones en torno a la mentira y la política”, el académico Marco Estrada Saavedra advertía que la mentira como estilo de gobierno destruye “la capacidad estabilizadora inherente a la realidad para generar un mundo común y significativo en el que podamos entendernos y actuar en concierto”.

Es decir, la mentira como política de Estado no solo altera la convivencia y la comunicación entre ciudadanos, sino que deteriora los lazos que mantienen la cohesión social y que hacen posible la cooperación y la solidaridad.

Eso, es precisamente lo que nos ha pasado en estos casi 6 años de mentirocracia: hemos perdido cohesión y sentido de pertenencia. Nos hemos dividido y peor aún, hemos caído en un profundo proceso de tribalización que nos ha polarizado a tal punto, que ahora identificamos a quienes no piensan como nosotros, como enemigos o peor aún, como traidores.

Pero lo más grave es que, en medio de esta disputa estéril, hemos perdido la capacidad de defender el valor de la verdad con base en la evidencia. La famosa frase del presidente de “yo tengo otros datos», es lo mismo que decir “yo tengo otra realidad que, además, es compartida por muchos”. Lo que significa que buena parte de la sociedad ha sido manipulada o está dispuesta a “autoengañarse” y vivir en una realidad que sabe de antemano que no existe.

Como nos lo recuerda el experto en propaganda Alberto Pena Rodríguez (https://theconversation.com/la-mentira-cotiza-al-alza-en-el-discurso-politico,) aquel paradigma que rezaba: “Comments are free, but facts are sacred” (los comentarios son libres pero los hechos son sagrados) en la era del discurso populista y la posverdad, “ha invertido su significado”.

Ahora, dice el autor, se defiende el derecho, no expresar opiniones, sino a que se respeten (aunque estén basadas en mentiras), como si fueran sagradas. “Mientras que los hechos pueden ser sometidos a la libre interpretación”.

En una mentirocracia, lo que predomina es la posverdad, es decir, la “distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.

Como dice Pena Rodríguez, “estamos construyendo una nueva sociedad de la (des)información, en la que el uso masivo de la mentira política, en sus diferentes formatos propagandísticos, se ha institucionalizado como parte del juego político”. Y el resultado es que “la honestidad política cada vez pierde más valor frente a la posverdad” y “la búsqueda de la verdad en el debate político está siendo sustituida por el deseo de imponer una percepción a toda costa”.

Muchos piensan que solo hay algo peor que la mentira: la traición. Pero, en la era populista, solo hay algo más peligroso que la mentira, y no es la traición, sino la posverdad. Como dice Luis Espino (El poder del discurso populista) la posverdad es más peligrosa que la mentira “porque corrompe nuestra capacidad para distinguir lo real de lo irreal y nos distrae intencionalmente, llevando nuestra atención de lo importante a lo banal”.

Todos los políticos tienen derecho a opinar sobre la realidad. Pero a lo que no tienen derecho es a tener a su propia realidad y menos aún, a tratar de imponerla con mentiras. Como ciudadanos, tenemos que persistir en la búsqueda de la verdad y exigir a los políticos evidencias sobre sus dichos. De lo contrario, seguiremos viviendo en una mentirocracia hasta rompernos por completo como sociedad. @DiarioReporter

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