Por Raúl Hermosillo Carmona
Se dice que en México logramos transitar de manera “pacífica” de un modelo semi-autoritario a una democracia imperfecta, y de una economía cerrada controlada por el Estado, a una economía abierta y desincorporada de la lógica burocrática. Pero la realidad es que esa transición que inició con el salinismo nunca concluyó.
Después de casi tres décadas y muchas vidas de por medio, seguimos a mitad de camino entre el modelo semi-autoritario de la época priísta y una democracia constitucional consolidada. La influencia de amplios grupos de interés y clientelas electorales sigue condicionando nuestra civilidad democrática. Por eso es imprecisa la noción de que la democracia haya fracasado como modelo de representación, porque la verdad es que nunca la hemos vivido plenamente.
Tampoco fue posible adoptar plenamente un régimen económico “neoliberal”, como se afirma. Siempre hubo fuertes resistencias corporativistas y sindicales que impidieron su aplicación. Lo que tenemos en realidad es un modelo económico de “capitalismo de cuates” que ha mantenido los privilegios de una parte de la élite empresarial y sindical que se siempre se ha negado a jugar a partir de nuevas reglas.
Este largo proceso de avances, resistencias y retrocesos ha producido un severo daño estructural en lo económico (informalidad, ineficiencia sectorial, rezago educativo, falta de innovación y baja productividad) y en lo político (falta de estado de derecho, corrupción, inseguridad, falta de transparencia y rendición de cuentas, desánimo democrático).
Es precisamente en este contexto que debemos analizar el papel que juega la llamada 4T y el obradorismo. Para la parte más retrograda de las élites (empresariales, sindicales y ahora también militares), el Pacto por México de 2013 fue la gota que derramó el vaso. Por primera vez desde que inició la transición, todas las fuerzas partidistas estaban de acuerdo en dar el paso hacia la consolidación de un régimen democrático y una economía abierta sujeta a la libre competencia en todos los sectores.
Con el Pacto muchos monopolios, tanto empresariales como sindicales, vieron el fin de una era de privilegios. Fue entonces que esas élites económicas y políticas amenazadas le dieron su apoyo al proyecto neopopulista del lopezobradorismo. Todo el cuento populista-mesiánico del advenimiento del líder salvador que, al igual que Hidalgo, Juárez o Madero, “encarna” a la patria, a la nación y al pueblo, solo esconde la eterna disputa entre las élites económicas y políticas, por mantener sus privilegios. Por más que los simpatizantes de la 4T crean que son protagonistas del inicio de un nuevo capítulo en la historia, la realidad es que solo forman parte de otro intento más por detener y revertir el cambio de régimen cuya consolidación inició en 2013.
Después de tres años, ya quedó claro que con la 4T nada ha cambiado en realidad. El régimen económico sigue siendo el mismo “capitalismo de cuates” de siempre. Los grandes sindicatos han logrado “rescatar” sus privilegios a costa de la precariedad salarial del resto de los trabajadores. Los grupos de interés y las clientelas políticas viven de nuevo su mejor momento, ofreciendo su apoyo y su lealtad al postor en turno. Mientras que, el resto del “pueblo”, nuevamente está condenado a interpretar el papel, precisamente, de “pueblo”, es decir, de actor pasivo que solo observa y obedece.
Unque ojo. Las élites que apoyaron al obradorismo podrán ser retrógradas, pero no suicidas. Nunca contaron con que la 4T iba a resultar incapaz no solo de mantener a flote la economía sino de garantizar la gobernabilidad. Todo proyecto populista exige cierto grado de eficiencia y destreza administrativa que el obradorismo ha demostrado no tener. Tampoco contaban con que el discurso de austeridad y honestidad iba a resultar tan hueco y ofensivo ante la evidencia de los escándalos de corrupción. Y tampoco contaban con que el gobierno de Estados Unidos fuera cuestionado por sus adversarios republicanos por su inacción ante la contra-reforma eléctrica y los ataques a la libertad de prensa.
Si la 4T estuviera entregando buenos resultados, con el discurso populista bastaría para neutralizar todo tipo de oposición, incluso la que viene de fuera. Pero como hay un sistemático deterioro económico y social, el discurso ya resulta insuficiente. Por eso han comenzado a evidenciarse las tentaciones autoritarias propias de quien se siente acorralado.
En el corto plazo, una opción de la 4T es radicalizarse. Pero ello podría poner en riesgo el apoyo de las élites que ahora lo respaldan. La otra posibilidad es reconocer los errores y rectificar el rumbo. Lo que significa asumir el fracaso de su proyecto, perder la elección en 2024 y enfrentar, él y su familia, a la justicia. @DiarioReporter