Por Raúl Hermosillo Carmona
La tarde del 2 de octubre de 1968, mi abuela y yo estábamos viendo la tele. Mi mamá acababa de llegar de trabajar y se había recostado a descansar. Mi tío, que era profesor en la UNAM, estaba en su cuarto.
De pronto, un extraño murmullo desde la calle llamó mi atención. Subí al sillón y me asomé por la ventana. Vivíamos en el tercer piso del Edificio Estado de Hidalgo, muy cerca de la Plaza de las Tres Culturas.
A lo lejos, alcancé a ver a varias personas corriendo entre los edificios. Eran unas cuantas, pero de repente aquello se convirtió en un río de gente entre árboles y jardineras, dejando a su paso un rastro de azucenas aplastadas.
Recuerdo haber alertado a mi abuela. Era tal el barullo que mi mamá se despertó. Los tres estábamos asomados, viendo desde lo alto, un mar de caras asustadas huyendo despavoridas.
En eso, mi tío salió de su cuarto, se asomó un instante por la ventana y bajó corriendo a la calle. Mi abuela le gritó que regresara, pero no hizo caso. Recuerdo que fue tras él. A los pocos minutos regresaron con decenas de estudiantes.
Creo que fue el momento más tenso para mí. No sé a cuántos lograron meter en el departamento, pero según recuerdo, eran tantos que no se podía ni caminar.
Entre sollozos y lamentos, mi mamá se abría paso entre los estudiantes con algodón y mertiolate, curando raspones de rodillas y codos.
Comenzaba a oscurecer, dejaron las luces apagadas y tengo muy presente que prohibieron asomarse por la ventana. A pesar de la advertencia, recuerdo haber echado un vistazo. Tengo la imagen de varios militares, con casco blanco y guantes negros, haciendo señas a sus compañeros. Luego alguien me quitó de la ventana.
Encendieron la tele para ver las noticias, pero nada, ni una palabra sobre lo que había sucedido. De pronto, comenzaron a tocar muy fuerte a la puerta. Se hizo un silencio absoluto.
Mi abuela se acercó a la entrada y preguntó con voz firme: ¿quién es? Al otro lado se escuchó: abra la puerta señora, es el ejército. La respuesta de mi abuela fue rara, pero efectiva: ¡este es un hogar católico! Los soldados guardaron silencio y luego se fueron.
Al otro día mi abuela fue llevando del brazo, a cada estudiante, hasta la parada del camión o del trolebús. Cuando los detenían en algún retén decía que eran sus hijos. Lo siguiente que recuerdo es habernos ido una temporada a casa de una tía, en la colonia Narvarte.
Ahí nos quedamos varios días mientras Tlatelolco volvía a la normalidad. Cuando regresamos, recuerdo que mi abuela me llevó a la tienda. Había varios soldados con sus bayonetas apostados en las esquinas y andadores.
Al verlos, jalé a mi abuela para no pasar por ahí. Pero en lugar de hacerme caso, me acercó a un soldado y le preguntó: ¿verdad que usted está aquí para que no nos pase nada, hermano? Y el militar asintió mirándome con una sonrisa amigable.
Aunque yo era solo un niño, tengo muy claros recuerdos de esos aciagos momentos. No quiero imaginar lo que hubiera pasado si los soldados hubieran entrado por la fuerza al departamento, como de hecho ocurrió en otros edificios aledaños a la Plaza.
Platico esta anécdota porque me queda claro que hoy, el ejército y la marina cuentan con el cariño y admiración de la mayoría de la población.
Sé que las fuerzas armadas de aquel entonces no son las mismas de ahora. Pero no podemos pecar de ingenuos. Toda institución armada tiene su lado oscuro, sus manzanas podridas, sus excesos y pulsiones autoritarias.
Casos como el de Ayotzinapa y muchos otros antes, demuestran que siempre se ha tratado de ocultar este tipo de atrocidades para proteger la imagen de los militares.
Por eso creo que es una locura darles demasiado poder económico y político. Y que es un grave error encargarle a una institución militar las tareas de seguridad pública.
Así que, este 2 de octubre, no podemos olvidar que, en una democracia, las fuerzas armadas deben estar totalmente subordinadas al poder civil.
De lo contrario, nos arriesgamos a que sean utilizadas con fines políticos, como ocurrió en el 68 y como lo estamos viendo ahora.
¡2 de octubre, no se olvida! @DiarioReporter
Es lo más sensato que he leído, solo basta un vistazo a la historia para no repetir los mismos errores.